jueves, 23 de octubre de 2008

MAÑANA NO VERÉ SALIR EL SOL


Miró por la ventana: el cielo se le presentó roto en tres trozos por los barrotes que impedían la inmensidad.

Aquel pasillo verde fue demasiado largo cuando entró, pero intuía que sería demasiado corto cuando saliera de allí, cuando se lo llevaran temblando de miedo y rabia.

Sólo él sabía que era inocente, nadie más y hacía tiempo que había dejado de luchar contra todo, estaba agotado de jurar y perjurar que él no era capaz de hacer aquello de lo que le acusaban.


Ya creía no sentir nada: ni rabia, ni dolor... ni siquiera pensaba ya en la venganza, ¿para qué? Sabía que no saldría de esa cárcel con vida: la suerte estaba echada, aunque los dados los hubieran tirado por él.


El sitio equivocado en el momento equivocado... y nada más. Esa era la causa de que todos sus sueños yacieran enterrados en el fondo de esa realidad que ya se había impuesto en su cerebro.

De nada servía ya luchar contra lo evidente: iba a morir y antes debería arrepentirse de algo que no había hecho y de lo que, además, nunca se creyó capaz de hacer.


Echaba de menos la vida que ya le habían quitado. Echaba de menos su casa, su gente... pero sobre todo y ante todo su libertad.

Jamás se había planteado que era libre, al contrario. Se sentía agobiado por su trabajo, en su casa, divirtiéndose... todo le parecía que cortaba sus alas. Pero es que la libertad no tiene límites, nunca se tiene bastante. No había disfrutado la que poseía y ahora la añoraba tanto....


Un escalofrío le recorrió el cuerpo: echaba de menos esos ratos frente al televisor, el fin de semana en la carretera en interminables colas de automóviles, la rutina de los lunes, la cadena de montaje... pero sobre todo sus caricias, su voz... esa voz que le había parecido aburrida, que muchas veces había deseado no oir.

Su cuerpo desnudo que le pertenecía cuando hacían el amor. Sus ojos que no dejaban de llorar.

Sobre todo le importaba que le creyera culpable, que por un instante hubiera pensado que lo había hecho. Lo demás ya le traía sin cuidado: sólo ella, su amor, lo que pensara ella.


... Y el sol y la luna y la lluvia y la nieve. Eso echaría de menos: eso era la libertad: tocar la nieve, sentir la lluvia en la cara y notar el sol y la luna sobre la piel.... La hierva fresca, el olor de las flores, un buho cazando, el chillido de su presa... Eso era su libertad.


Ahora no son más que bonitos recuerdos. Debe concentrarse en no llorar, en morir con el minúsculo gramo de dignidad que le han dejado, mirar a los ojos de ella y esperar ver amor en los últimos segundos, antes de que el tiopental adormezca su cerebro. Ver sus ojos y saber que le ama... sólo eso, nada más.


Sus gritos serían sólo susurros aislados, ya no se le oía... ¿o era que su voz sólo sonaba en su cerebro? ¿Ya estaba muerto? Gritaba una y otra vez: "Vuestro dios no es perfecto y debéis modificarlo".


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